sábado, abril 04, 2009

PERMITIDME CONTAROS UN CUENTO

    Érase una vez un señor (un "padre sufridor cualquiera", vamos) que se hizo a la mar en su velero, saliendo del puerto de Huelva (pongo por caso) o del de Bilbao, o del de Barcelona, o del de Valencia... Su intención era llegar al país de la Custodia Compartida.

De repente, cuando menos lo esperaba una fuerte tormenta lo sorprende y lo lleva de manera descontrolada mar adentro. En medio del temporal, el hombre no ve hacia donde se dirige su barco. Con peligro de resbalar por la cubierta, echa el ancla para no seguir siendo llevado por el viento y se refugia en el camarote hasta que la tormenta amaine un poco. Por fin el viento se calma, el hombre sale de su refugio y recorre el velero de proa a popa. Revisa cada centímetro de su nave y se alegra al confirmar que está intacta. El motor se pone en marcha, el casco está sano, las velas no están dañadas, el agua potable no se ha derramado y el timón funciona perfectamente.

El "padre sufridor" sonríe y levanta la vista con intención de proseguir su camino hacia el país de la Custodia Compartida. Mira en todas las direcciones y lo único que ve por todos lados es agua, agua y más agua... Se da cuenta de que la tormenta lo ha llevado muy lejos de la costa y de que está perdido.

Empieza entonces a desesperarse y angustiarse.

Como le pasa a algunas personas en momentos demasiado desafortunados, el "padre sufridor" empieza a llorar mientras se queja en voz alta diciendo:

- Estoy perdido, estoy perdido... qué barbaridad...

Y se acuerda entonces de que él es un hombre educado en la fe (como pasa a veces, algunos sólo se acuerdan en ese tipo de ocasiones) y dice:

¡¡Dios mío, Dios mío, estoy perdido, ayúdame, estoy perdido!!

Aunque parezca mentira, se produce un milagro en esta historia: El cielo se abre, un círculo diáfano aparece entre las nubes, un rayo de sol entra (como en las películas) y se escucha una voz profunda (¿Dios?) que le dice:

·         ¿Qué te pasa?

El hombre se arrodilla ante el milagro e implora:

·         Estoy perdido, no sé dónde estoy, estay perdido, Señor, salí de casa a buscar el país de Custodia Compartida y no sé dónde estoy. Ilumíname Señor, ¿Dónde estoy?...

En ese momento, la voz, respondiendo a su ruego desesperado dice:

·         Estás 38 grados latitud norte, 29 grados longitud oeste.

Y el cielo se cierra.

  • Gracias, gracias Señor... Dice el padre sufridor.

Pero pasada la primera alegría, piensa un ratito y comienza a inquietarse. Retoma su queja:

·         ¡Estoy perdido, estoy perdido..!

Acaba de darse cuenta de que con "saber dónde está" no es suficiente. Sigue estando perdido.

El cielo vuelve a abrirse por segunda vez:

·         ¿Qué te pasa?

  • Es que en realidad, no me sirve de nada saber dónde estoy, lo que yo deseo saber es hacia dónde debo ir para llegar al país de Custodia Compartida. ¿Para qué me sirve saber donde me encuentro si no sé hacia donde me debo encaminar? Lo que me hace sentir "perdido" es que no sé hacia dónde tengo que ir...
  • Bien <dice la voz> tienes que ir hacia el país de Custodia Compartida. Y el cielo comienza a cerrarse.

Entonces, antes de que el cielo se acabe cerrando del todo, el padre sufridor exclama:

·         ¡ Estoy perdido, Dios mío, estoy desesperado...!

El cielo se abre por tercera vez:

·         ¡ ¿Y ahora qué pasa?!

  • No... es que yo... aunque sepa dónde estoy, y sepa a dónde tengo que ir; sigo estando tan perdido como antes, porque en realidad ni siquiera sé donde está situado el país de Custodia Compartida.

La voz le responde:

·         Custodia Compartida está a 39 grados...

  • ¡No, no, no! <exclama el padre sufridor> Estoy perdido, estoy perdido... ¿Sabes, Señor, lo que me ocurre? Me doy cuenta de que ya no me basta con saber dónde estoy y a donde tengo que ir. Necesito saber cual es el camino para llegar al país de Custodia Compartida.

En ese preciso instante cae del cielo un bonito mapa atado por un lazo.

El pobre hombre <padre sufridor> lo desenrolla y ve un mapa marino: Arriba a la izquierda una lucecita roja que se enciende y se apaga con un letrero que dice: <usted está aquí>. Y abajo a la derecha un punto azul que dice:

>>Custodia Compartida>> 

En tonos diversos, el mapa muestra una ruta con diversas indicaciones:

-         Remolino

-         Arrecife

-         Rocas

-         Abogado

-         Procuradores

-         Gabinetes/Equipos Técnicos Psicosociales

-         Jueces

-         Fiscales

-         Feministas...

El padre sufridor por fin se pone contento. Se arrodilla, se santigua y dice:

·         Gracias Dios mío...

Mira el plano, pone en marcha el motor, estira la vela, observa para todos lados y dice:

·         ¡¡Dios mío, sigo estando perdido!!

Por supuesto, pobre "padre sufridor"..., sigue estando perdido. Por todos lados hacia los que mira sigue viendo agua y más agua. Toda la información que ha reunido no le sirve para nada. No sabe hacia dónde proseguir su viaje.

¿Qué le falta a este "padre sufridor" para saber como llegar a Custodia Compartida?

Sabe hacia dónde ir. Pero, ¿Qué haría un navegante experimentado, hábil, para determinar el rumbo?

Mirar una brújula. ¡Solamente una buena brújula puede darle esa información!

El rumbo es una cosa y la meta es otra. El rumbo es lo que marca el sentido... Indudablemente es importante saber dónde se encuentra uno, hacia dónde se desea ir, e incluso el mapa. Pero sin dirección no hay camino. Hace falta una buena brújula.

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